Llegan días de un merecido descanso para la mayoría de los ciudadanos del país. Yo, uno de tantos conductores profesionales encaro estos días como siempre y empiezo mi semana laboral el lunes esperando con un poco de suerte volver a casa el sábado.
Una vez ya en el camión y con las carreteras “apenas puestas” emprendo mi ruta semanal. Mientras conduzco me vienen a la cabeza los grandes momentos que he pasado el fin de semana con los míos y me entristece pensar que tardaré, en el mejor de los casos, 5 días en volver a verlos. Si soy sincero me cuesta un poquito más de lo normal arrancar en estos días festivos…
Ya en la soledad de mi ruta me viene a la cabeza la pregunta de si vale la pena el esfuerzo que hago. La verdad es que muchas veces pienso que ser conductor es una profesión poco agradecida, horas largas, jornadas interminables, días fuera de casa, poca seguridad en carretera… condiciones en sí muy duras que muchas veces me hacen replantearme el seguir en ruta… pero bueno, al final soy consciente de las condiciones que conlleva nuestra profesión y sigo adelante.
A medida que pasa la jornada me doy cuenta de que la actividad en carretera es mayor a lo habitual, sobre todo en turismos que se desplazan a otros lugares a pasar estos días y me viene a la mente toda esa población invisible, como nosotros los conductores, que trabajamos en estos días, “somos muchos los profesionales que seguimos al pie del cañón”.
Más tarde, ya en la pausa de la comida, comparto mesa con un compañero con quien hablamos de estos días atípicos y coincidimos en la falta de reconocimiento de nuestra profesión, como tantas otras, y del trato que a veces recibimos (a veces no es todo lo bueno que nos gustaría). Recordamos además que no hace mucho éramos considerados como héroes en la pandemia del Covid-19 cuando no paramos de trabajar para garantizar el mantenimiento de los servicios básicos y el suministro de bienes esenciales con la incertidumbre de la delicada situación y el riesgo de nuestra propia salud.
Tras retomar mi ruta después de una hora de carretera, me encuentro con un conductor de un turismo que hace una maniobra dudosamente legal y me hace gestos poco educados sin que haya hecho yo nada malo, sino solo ir por mi carril correctamente. Inmediatamente, me viene a la mente la charla de la comida con mi compañero, “hemos vuelto a ser aquellos olvidados de la carretera que muchas veces hasta molestamos…”, me decía.
Después de una dura jornada y tras haber recorrido 600 km en el día paro ya de noche, cuando me bajo del camión me doy cuenta de que un niño me mira con asombro y me hace el gesto de la bocina, no dudo y le doy sacando una sonrisa al pequeño (su padre me da las gracias por el gesto). Mientras me preparo la cena hago una videollamada con mi familia. Mi hijo me cuenta que en el colegio había hablado sobre mí y mi profesión y me envía una foto de un dibujo que había hecho de mi camión, me decía lo orgulloso que estaba de que su padre tuviera un vehículo tan grande y que “transportara tantas cosas a las personas de otras ciudades”, como dice él. Entonces, me doy cuenta de las muchas cosas positivas y bondades que tiene mi profesión, los motivos por los que emprendo mi ruta día a día y el por qué elegí esta profesión que me había fascinado desde que era un niño. Sinceramente “aunque a veces piense que no tenemos un reconocimiento en la sociedad, me doy cuenta de que hay una parte importante de ella para quienes somos verdaderamente esenciales y otra incluso para la que seguimos siendo sus héroes, como para mi hijo”.
Antes de irme a descansar reflexiono sobre mi profesión y lo orgulloso que estoy de ella, la importancia que supone el compromiso diario con el interés general de la sociedad y la economía, el hecho de estar siempre al pie del cañón garantizando una adecuada distribución de bienes, servicios y necesidades, mostrando en todo momento esa generosidad para el resto de los ciudadanos.
Desde aquí, desde alguna parte de la carretera, ¡un camionero orgulloso de su profesión¡